Una cosecuencia más del capitalismo
El pasado 11 de marzo, un terremoto de 9 grados en la escala de Richter, sacudió Japón a las 14:46 (hora local). Unos 15 minutos después, un tsunami barrió la costa este del país nipón, causando una catástrofe humanitaria de proporciones incalculables.
Los días siguientes hemos sido bombardeados con noticias acerca de varios complejos electronucleares; particularmente sobre Fukushima I. Pero, ¿qué pasó realmente aquel día?
Aunque la central resistió bastante bien el terremoto, las medidas de seguridad de la central se pusieron en marcha para llevar a cabo la parada progresiva de la misma. No nos confundamos, ya que una reacción nuclear en cadena no se para automáticamente al pulsar un botón, tarda días o incluso meses.
Todo funcionaba correctamente, pero llegó el tsunami y complicó bastante la situación. La central se quedó sin electricidad, por lo que el sistema de refrigeración de los reactores dejó de funcionar y el complejo empezó a convertirse en una amenaza, pero había algo que estaba a tiempo de evitar la catástrofe: EEUU.
Quizás suene a chiste, pero no. La VII Flota estadounidense, a la que el portaaviones Ronald Reagan pertenece, se encontraba a escasos 160km de la central, mar adentro. El gobierno japonés pidió ayuda y el portaaviones puso una condición para suministrar electricidad a la central: que se empezara a bombear agua marina en el interior de los reactores, lo que supondría la inutilización definitiva de las instalaciones.
Obviamente, la empresa que gestiona la central, TEPCO, se negó a asumir tales pérdidas, pero la VII Flota siguió esperando. Pasadas 24h desde que el tsunami azotara la central, a las 15:36h del sábado 12 de marzo, se registró una explosión de hidrógeno en el reactor número 1, aumentando levemente el nivel de radiactividad de la zona.
Unas horas más tarde, esa nube radiactiva llegó al portaaviones Ronald Reagan, que la registró y analizó. Hay que destacar que la nube llegada al portaaviones ni tan siquiera llegaba a la intensidad de una radiografía común en un hospital, pero fue la excusa perfecta para abandonar la zona.
En los días siguientes, la VII Flota siguió cerca de la costa japonesa ayudando en tareas de reconocimiento aéreo de las zonas afectadas por el terremoto y posterior tsunami, pero lejos del foco real del problema.
Esta es una demostración más de la incompatibilidad del capitalismo con los intereses comunes, ya que si en lugar de en manos privadas, Fukushima I estuviera controlada por el estado nipón, se habría bombeado agua desde el primer momento, la VII Flota habría ayudado y seguramente, toda la alarma nuclear se hubiera evitado.
Actualización del 24 de marzo de 2011: las fuentes utilizadas para esta entrada han desaparecido de internet, por lo que esta información, ahora mismo, no tiene ninguna confirmación externa.
El pasado 11 de marzo, un terremoto de 9 grados en la escala de Richter, sacudió Japón a las 14:46 (hora local). Unos 15 minutos después, un tsunami barrió la costa este del país nipón, causando una catástrofe humanitaria de proporciones incalculables.
Los días siguientes hemos sido bombardeados con noticias acerca de varios complejos electronucleares; particularmente sobre Fukushima I. Pero, ¿qué pasó realmente aquel día?
Aunque la central resistió bastante bien el terremoto, las medidas de seguridad de la central se pusieron en marcha para llevar a cabo la parada progresiva de la misma. No nos confundamos, ya que una reacción nuclear en cadena no se para automáticamente al pulsar un botón, tarda días o incluso meses.
Todo funcionaba correctamente, pero llegó el tsunami y complicó bastante la situación. La central se quedó sin electricidad, por lo que el sistema de refrigeración de los reactores dejó de funcionar y el complejo empezó a convertirse en una amenaza, pero había algo que estaba a tiempo de evitar la catástrofe: EEUU.
Quizás suene a chiste, pero no. La VII Flota estadounidense, a la que el portaaviones Ronald Reagan pertenece, se encontraba a escasos 160km de la central, mar adentro. El gobierno japonés pidió ayuda y el portaaviones puso una condición para suministrar electricidad a la central: que se empezara a bombear agua marina en el interior de los reactores, lo que supondría la inutilización definitiva de las instalaciones.
Obviamente, la empresa que gestiona la central, TEPCO, se negó a asumir tales pérdidas, pero la VII Flota siguió esperando. Pasadas 24h desde que el tsunami azotara la central, a las 15:36h del sábado 12 de marzo, se registró una explosión de hidrógeno en el reactor número 1, aumentando levemente el nivel de radiactividad de la zona.
Unas horas más tarde, esa nube radiactiva llegó al portaaviones Ronald Reagan, que la registró y analizó. Hay que destacar que la nube llegada al portaaviones ni tan siquiera llegaba a la intensidad de una radiografía común en un hospital, pero fue la excusa perfecta para abandonar la zona.
En los días siguientes, la VII Flota siguió cerca de la costa japonesa ayudando en tareas de reconocimiento aéreo de las zonas afectadas por el terremoto y posterior tsunami, pero lejos del foco real del problema.
Esta es una demostración más de la incompatibilidad del capitalismo con los intereses comunes, ya que si en lugar de en manos privadas, Fukushima I estuviera controlada por el estado nipón, se habría bombeado agua desde el primer momento, la VII Flota habría ayudado y seguramente, toda la alarma nuclear se hubiera evitado.
Actualización del 24 de marzo de 2011: las fuentes utilizadas para esta entrada han desaparecido de internet, por lo que esta información, ahora mismo, no tiene ninguna confirmación externa.
muy interesante Caudupterix, aver si sigues con este ritmo de publicación tan bueno que as cojido. =)
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